Novecientos kilómetros

 

   Compañero: ¿Cambiamos la ruta prevista y salimos del país?

  El recorrido del lunes:
  Lo bueno de la moto, unas curvitas y nos sentimos maravillosamente.

  Puebla de Sanabria. Hace mucho calor. Veo a un tipo en una moto que si lo pillo lo hago padre de mis hijos, ja, ja. Eso sí, tiene un navegador que ya usaban los Etruscos.


  Bocata, charleta con una pareja madurita de cántabros. Interesante su trayectoria vital.
  Un café con su correspondiente clavo turístico, y salimos hacia la sierra de la Culebra. ¡Jo, qué solitario es todo esto!.



  Me dice el guía que puede ser interesante desviarnos a Santa Cruz de los Cuérragos (que significa “cauces”). Accedo pues el chaval tiene buen ojo y casi siempre acierta. Es un pueblo muy auténtico aunque queda bastante por rehabilitar. Tienen los cerezos bien abrigaditos…seguro que Ibarrola se inspiró aquí.




  A esta sierra vienen turistas de la naturaleza para avistar el abundante lobo y en otoño la berrea de los ciervos; hasta nos cruzamos con alguno por la carretera.


  El poblado de la presa del Castro, ya en el Duero, es curioso. Tiene un aire de monasterio tibetano. Mientras Carlos se dedicaba a merodear por sus recovecos semiderruídos, yo escuchaba con interés a un jubilado del pueblo, nieto de pastor y que fue trabajador en los consulados de La Habana, Brujas, Amberes, Bruselas, y que me contó los abusos de Iberdrola con las expropiaciones y los vertidos de escombro en las orillas al construir la presa.







  Ya conocía el Puente Pino, proyectado en el estudio de Eiffel. Es hermoso y ligero.



  Contenta de estar entre portugueses. Llegamos al hotel Cabeço do Forte en Miranda do Douro y hay mas motos. No llegamos a coincidir con sus dueños, lástima pues a veces se intercambian conocimientos, experiencias y alguna cervecita.


  Invadimos la habitación con nuestros pertrechos y sudores, bueno eso él, porque yo soy una chica y solo transpiro, jajaja. Y luego directos a la piscina. Son las nueve pero la temperatura aún es alta.



  Una cena nada ligera y un paseo para ayudar a su digestión (no lo conseguí). Es una villa tranquila y silenciosa en esta época, con las típicas tiendas de una zona fronteriza.



  Amaneció hace un buen rato. Tras una más que necesaria ducha, desayunamos en el hotel y partimos hacia Aldeia-Nova donde nos esperaba el mirador de Sao Joao das Arribas. Un buen espectáculo matutino.
  Ruta del martes:




  De regreso amorticé en un instante los topes protectores. Lo que para algunos es una caída en parado para mi fue una tumbada a 0 kms por hora.

  Al sur, el pueblo de Picote nos espera con la puerta del horno abierta. Preguntamos por el mirador y nos dicen que el último tramo es de tierra. Dejo la Yamaha al acabar el adoquinado típico, monto en la trail agarradita a mi mozo y ¡Oh, sorpresa! El tramo de tierra es de veinte metros; aun se deben estar riendo de nosotros.

  El Duero hace un angulado meandro. Me gusta este sitio.
  En tan sugerente lugar un par de bichejos dan rienda suelta a su pasión sin importarles la presencia de un mirón, aunque no nos quedamos a ver si acababa en un trío.
  Bocadillo en el bar del pueblo -menos mal que no estaban los “cicerones” de antes-, y más moto.


  Fallida incursión por la zona de Lagoaça en busca de un mirador. Una interminable pista, esta vez sí, me obliga a ir de paquete por un firme infame, menos mal que las zonas de mas desnivel estaban cementadas. Nada placentero el tema. Acabamos dando la vuelta.


  Definitivamente, el mercurio del termómetro ha tomado viagra. Nos compensan las vistas de la aldea de Mazouco. Pasado Freixo de Esapada a Cinta, rimbombante el nombrecito, la peña de Durao nos alegra las retinas y me permite, en fin, cambiar de camiseta. Este tipo es un peligro con la camarita.








  Cruzamos río y antigua aduana. En el pueblo salmantino de Hinojosa de Duero tenemos familiares. Al frescor de su casa un par de cervezas son la felicidad absoluta.

  Ya conocemos Pereña, Aldeadávila, Masueco y demás; por tanto vamos directos, tras cruzar el Tormes, a Fermoselle por un tramo de carretera que nos regala unas curvitas y, sobre todo, sombra. De ahí, a Bemposta, donde tomamos contacto de nuevo con el país luso.



  En Miranda do Douro cumplimos con nuestro placentero ritual acuático. Mi compañero, que es muy galante, dice que me queda mejor a mí el bañador…algo está tramando.


  La fortaleza de Miranda tiene una larga historia y pasó por varias vicisitudes, la última allá por 1762 cuando su polvorín estalló y quedó en ruinas.

  Me partía de risa cada vez que repostamos viendo la cara de mi colega de fatigas: su moto se iba a casi seis litros de consumo frente los escasos cuatro y medio de la mía…. Tenía el depósito blanco por la sal de sus lágrimas evaporadas. Entre nosotros, la suya mola porque me lleva a miradores muy chulos. En desagravio, esta noche le invité a cenar. Nos vestimos de paisano y paseo por Miranda antes de hincar el diente. Restaurante O Muiño, una interesante recomendación.

  Miro las motos antes de estibarlas, desde la habitación de este hotel Cabeço de Forte. Un acierto, por 45€ con desayuno (reservar llamando directamente al hotel). El aparcamiento es seguro, las habitaciones están bien, piscina, muy tranquilo y sobre todo el trato familiar de sus dueños Piedad y Manuel.
 De regreso:

  Las carreteras de vuelta son atractivas aunque algunas ya las conocíamos. Lo peor es que eran eso, de vuelta, y lo mejor, que nos acercaban a nuestros chavalotes. Comimos en el edificio del Ayuntamiento de Vinhais, así, como suena, en concreto en su salón al aire libre.


  Luego un café y camino de casa pasando por Parque Natural do Montesinho.


  Miro a Carlos, me lo he pasado muy bien.

  Nos despedimos de Portugal agradecidos y volvemos con la gente de nuestros afectos, hijos, familia, amigos, colegas...


  Novecientos y pico kilómetros. Un regalo.

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